“En Cuba, la convicción de que este país no tiene arreglo lleva a que la gente mire la protesta como un suicidio y prefigure con cierto gozo el escarmiento del atrevido. Si alguien se queja, lo mismo en una cola que en una oficina estatal o en plena calle, es muy raro que otro levante la voz para secundarlo. A mi modo de ver, se trata menos de miedo que de nihilismo: no creer en nada es la nueva corrección, el nuevo deber ser. El sucedáneo de la rebeldía es, entonces, el enfrentamiento horizontal; de ahí la hostilidad e incluso la violencia que se sienten en la calle, que marcan en estos años nuestro nicho ecológico.”
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