Golda Meir decía que no les perdonaría a los palestinos que “por culpa de ellos” los israelíes hubieran tenido que aprender a matar. O sea, a odiar.
Cuando el odio es muy intenso, coloca a quien odia por debajo del odiado, sin importar las causas que generen ese sentimiento.
Se suele decir que el odio y el amor comparten una estructura similar. Pero hay dos diferencias que muestran su distinta naturaleza:
1) el amor es menos imparcial y no presta atención al sentido común, mientras que el odio apela a la razón y calcula las acciones del daño que producirá;
y 2) el amor es dirigido a una única persona, mientras que el odio puede dirigirse a grupos enteros, como sucede en la política o con el racismo. En el odio social hay una base de despotismo narcisista. Y no pocas veces de capricho.
Psicológicamente, se odia en los demás aquello que la persona es en su inconsciente. El odio es una proyección visible exterior de lo invisible interior: se odia en los otros lo mismo que la persona odia –reprimido– en sí mismo.
Para Darwin, “las raíces del odio están en la venganza y la defensa de los propios intereses”. Erich Fromm sostenía que “el odio surge como una respuesta ante una amenaza”. Y para Freud, “quería destruir la fuente de su infelicidad”.
La ceguera de un rencor que no perdona produce un sentimiento de repulsa muy intenso que no pocas veces cae en la misantropía. Donde la crítica social es tan marcada que termina extendiéndose al ser humano en su conjunto, siendo una aversión autodestructiva.
El misántropo de Molière, bajo la excusa de manifestarse abiertamente en contra de la hipocresía de la sociedad parisina del siglo XVII, escondía un desprecio por el prójimo. Hipocresía es otra palabra de moda, como lo fue la ya gastada crispación.
Es mediocre ese sentimiento de odio. Enmascara carencia de otras motivaciones y argumentos que le den impulso.
Hay innumerables citas sobre su vulgaridad.
Graham Green dijo que “el odio es carencia de imaginación”. Tennessee Williams escribió que “el odio sólo puede existir en ausencia de inteligencia”.
Jacinto Benavente decía que “más se unen los hombres para compartir un mismo odio que un mismo amor”. Y “cuanto más pequeño es el corazón, más odio alberga”, decía Víctor Hugo, el escritor y político del siglo XIX.
Además, el odio es una forma de monomanía triste, porque aquel que no puede borrar sus odios está viejo para siempre.
A falta de ideas, el odio es nuestro pan de cada día.
PERFIL.COM
(Este artículo fue editado para quitar referencias a la Argentina. El original, escrito por Jorge Fontevecchia está en Perfil)
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