En 2011 el numero de personas vivas en el planeta Tierra alcanzará la cifra de siete mil millones. Lejos de representar un logro del que podamos enorgullecernos, este crecimiento demográfico puede convertirse en el más complejo problema que haya enfrentado jamas la humanidad. ¿Cuales son las estimaciones de crecimiento para este siglo? ¿Como impacta sobre el planeta la población mundial? ¿Es un problema real?
En 2009 anticipábamos que, de no cambiar la tasa de crecimiento anual de la población mundial, la raza humana estaría compuesta en 2011 por la increíble cifra de siete mil millones de individuos. Las predicciones de los expertos no han fallado -algo que era previsible, dado el corto plazo de tiempo implicado- y en pocos meses veremos como los periódicos y canales de TV informarán del nacimiento del “bebé siete mil millones”. Para comprender cabalmente el significado de este crecimiento debemos analizar algunos datos históricos, e intentar proyectarlos hacia el futuro. ¿Comenzamos?
La Tierra demoró unos 4 mil millones de años en poseer su primer millón de habitantes humanos. Eso ocurrió hace unos 40.000 años, más o menos en la misma fecha que el “homo sapiens sapiens” se convirtió en el primer poblador humano de Australia. Hace unos 35.000 años, nuestra especie empezó a manifestar su superioridad cultural frente al hombre de Neandertal, dando inicio así al paleolítico superior. En unos 4 o 5 mil años, la población mundial paso de 1 a 5 millones de habitantes. Era muy pronto para que alguien lo notase, pero la que luego se denominaría “explosión demográfica” acababa de comenzar. Esta carrera, cuya meta aún no hemos alcanzado, nos llevó a los primeros mil millones de habitantes aproximadamente en el año 1830 de la era cristiana. Eso es, hace menos de 200 años. Lejos de detenernos, seguimos multiplicándonos -casi- como conejos y logramos duplicar la población mundial en bastante menos de 100 años. A mediados del siglo XX, en 1950, había sobre la Tierra unos dos mil quinientos millones de habitantes. En 1960 alcanzamos los tres mil millones, y en solo 15 años, allá por 1975, llegamos a los 4 mil millones. A fines de la década de 1980 llegamos a los 5 mil millones, y despedimos el siglo XX con 6 mil millones de habitantes. Solo han transcurrido 11 años de esa fecha, y en ese plazo hemos logrado sumar otros mil millones de habitantes. Nos llevó unos 35,000 años alcanzar los primeros mil millones, y en solo 200 multiplicamos esa cantidad por 7.
Según los datos recogidos por la Oficina del Censo de los Estados Unidos, cada día nacen unas 364,335 personas (253 por segundo). Si restamos los que mueren en el mismo lapso de tiempo -unos 151,729 humanos cada dia, 105 por minuto- tenemos una “ganancia” de 148 personas nuevas por segundo, o lo que es lo mismo, 212,625 cada día. Ese número quizás no signifique demasiado, equivale a agregar la población de una ciudad como Málaga cada dos días, o una nueva Madrid cada doce. Cada año, el doble de la población de toda España se suma al número de humanos vivos. No hace falta ser un genio para darse cuenta que la producción de alimentos, por ejemplo, está muy lejos de crecer al mismo ritmo, y las consecuencias del elevado número de habitantes -el cambio climático- poco ayuda con este problema: una investigación de las universidades estadounidenses de Stanford y Washington revela que las temperaturas más cálidas reducirán entre el 20 y el 40 por ciento los rendimientos de cosechas de maíz, arroz y otros vegetales directamente relacionadas con la alimentación humana. Es indiscutible que la tasa de crecimiento actual no puede mantenerse por mucho tiempo. Otro factor en juego es que los adelantos de la ciencia nos permiten vivir cada vez más tiempo: hace solo 100 años la expectativa de vida era aproximadamente la mitad de la actual. Si pretendemos seguir extendiendo la cantidad de años que vivimos, debemos disminuir la tasa de nacimientos. Si no lo hacemos, la propia naturaleza se encargará de detenernos antes que pesemos tanto como nuestro propio planeta.
Sin embargo, esa no es la mejor opción disponible. Esperar a que muramos algunos cientos de millones de hambre no es la mejor forma de detener el crecimiento de la población. Tampoco lo son las guerras, un “sistema de control” que muchos mencionan cuando se habla de crecimiento demográfico. A pesar de nuestra irracional tendencia a machacarnos los unos a los otros que poseemos como raza, en los últimos mil años “solo” hemos sido capaces de matar unos 149 millones de personas en guerras, 111 millones de ellas -más o menos lo que crece la población actual en unos 20 meses- a lo largo de todo el siglo XX. Esto significa que debemos utilizar algún sistema más efectivo y racional para frenar este fenómeno. Los expertos estiman que aún bajando la tasa de crecimiento actual -fenómeno que ya ha comenzado- llegaremos a la mitad de este siglo con no menos de 9 mil millones de habitantes. Esa cifra, muchísimo menor a la que podríamos alcanzar si simplemente siguiésemos procreando alegremente como hasta hoy, es lo suficientemente razonable como para que no se produzca una catástrofe a nivel mundial.
Obviamente, no todo será color de rosa: existen terribles asimetrías entre las naciones ricas y las pobres. Solo el 25 o 30% de la población mundial tiene su plato de comida asegurado. El resto depende un poco de la suerte y de la ayuda que pueda recibir. Irónicamente, la mayor cantidad de pobres, a los que el cambio climático seguramente afectará dramáticamente en la calidad de sus cosechas, se encuentran en países que prácticamente no producen gases de efecto invernadero. Según cifras de 2009, los habitantes de Estados Unidos queman 5 veces más petróleo que los de China, y 91 veces más que los de Bangladesh. El control de natalidad, que ha hecho una gran tarea deteniendo el crecimiento poblacional en países desarrollado, prácticamente no existe en el tercer mundo. Si queremos evitar un problema inminente -la mayoría de los que están leyendo esto vivirán en 2050 y podrán verlo por si mismos- necesitamos trabajar codo a codo todos, disminuyendo nuestra huella de carbono, apoyando a los países que no son capaces por si solos de frenar su crecimiento, y buscando nuevas formas de obtener energía y alimentos sin cargarnos el planeta durante el proceso.
Pero hay otro peligro que no debemos pasar por alto, y es la simple negación del problema. No son pocos los que niegan que el incremento de la población represente un problema real. En algunos círculos -generalmente relacionados con la religión católica- se pueden escuchar afirmaciones como la siguiente:
Alrededor de los años setenta, se habló mucho de la amenaza de la explosión demográfica o superpoblación, con el propósito de promover el control de la natalidad [...] Estas creencias se han extendido tanto, que entre los países pertenecientes al Tercer Mundo, existe en el ambiente un miedo al crecimiento de su población. Pero, la experiencia ha demostrado que el tema de la superpoblación está más sujeto a conjeturas que a confirmaciones. Sin embargo, sí hay algo que no admite objeción: no se han alcanzado las catástrofes dogmatizadas por los pesimistas que eran considerados expertos. […] ¿Por qué si un pollo o un cerdo nace en India o China es contado por la ONU como un incremento en la riqueza, mientras cuando nace un niño viene registrado como algo negativo?
Seguramente estos grupos se enfrentan a la disyuntiva entre la condena que se hace del uso de sistemas de control de natalidad como la píldora o el preservativo y la realidad. Pero es probable que, como han hecho con otros temas “espinosos”, llegado el momento reconocerán el problema. Como sea, el hecho de que estemos sumando mil millones de habitantes -la mayoría de ellos pobres- cada 10 o 15 años no debe llenarnos de orgullo. Lejos de ser un logro, se trata de un paso más que damos en una dirección equivocada. ¿No te parece?