Creador del Club Táchira y de la memorable Flor de Hannover, este arquitecto tiene una colección de propuestas para salvar la capital y hacerla verde como antes
Hablar de Caracas le agrada, le emociona, le conmueve. El tema le despierta un aire de poeta, y con sonoras palabras comparte su sueño de ver a esta capital llena de verde como la conoció en los años 40, antes de que la ciudad colonial diera paso a la pujante urbe moderna.
“Aún recuerdo la demolición de los techos rojos, del Hotel Majestic, del Colegio Chávez, del Teatro Coliseo… era la ciudad cayéndose a pedazos. Y en el centro, en pleno centro, una herida enorme de 50 metros de profundidad: estaban construyendo la avenida Bolívar”, cuenta.
Pasada la impresión, asiste a lo que llama “el segundo trauma de Caracas”, y se refiere al nacimiento de Parque Central. Alarma, pues, una sentencia categórica: “Esas son las ‘Torres de la Muerte’”. ¿Torres de la Muerte? ¿Acaso no son un símbolo de la ciudad y de su desarrollo económico? Alguien debía defenderlas. Tuvimos que debatir.
“Sí, son un símbolo -afirma-, pero de la opulencia y del capitalismo. No representan al pueblo”. Pero, ¿”Torres de la Muerte”? “Sí -prosigue-, imagina a una persona en el piso 64 el día del incendio. Era imposible que bajara las escaleras. Habría quedado presa en esa jaula en llamas”.
Aunque un incendio de esa magnitud no ocurre a diario. “¡Quieres que te diga cuántos episodios similares han ocurrido en ese Parque Central que tanto nos gusta!”, replica.
Nunca fue tan oportuno un sorbo de café. ¿Y cómo desarrollar a Caracas sin edificios? “Haciéndola horizontal -dice. Ese es mi trabajo, crear ciudades humanas, donde la gente llegue a cualquier sitio caminando”. Por eso cree que Los Bloques de El Silencio son el urbanismo perfecto: amplios corredores, edificios pequeños, y refugio peatonal en los días de lluvia.
Si algo le preocupa es que los caraqueños tengan, en el mejor de los casos, un metro cuadrado de parque por habitante. Que Londres tenga 120 es algo que lo tortura.
Por eso apuesta a la creación de nuevas áreas verdes, y todavía mantiene un radical pensamiento que escribiera hace 30 años: “Aún quedan muchas hectáreas que podrían estar llenas de árboles, aún es tiempo de borrar la avenida Bolívar e inundar de plantas todo el casco central”.
En este afán, plantea que el aeropuerto La Carlota dé lugar a un oasis que se una al Parque del Este, formando un gran pulmón para la ciudad.
Tales propuestas, vale decir, no surgieron en un día, sino a lo largo de una vida haciendo arquitectura. Ideas para una Caracas posible es un texto que acaba de escribir y que revela no menos de 30 soluciones para la capital.
“Nadie me oye. No me importa. Lo hago por deber moral. ¿Acaso no puedo seguir soñando?”. Por eso sonríe al imaginar el Guaire saneado, navegable, lleno de locales a su orilla. Por eso ansía la regulación de los horarios, para evitar que todos salgan a la misma hora. “Si se ajustan los horarios, el tráfico se viene a la mitad”.
... Y sigue soñando: el segundo piso de la autopista Francisco Fajardo, los túneles que unan a Caracas con La Guaira a través de El Ávila, edificios cubiertos por enredaderas, estacionamientos subterráneos, el día de limpieza comunitaria, el mes de las flores, y los techos de zinc convertidos en jardines.
Entonces llega a un punto que, considera, es vital para salvar a Caracas: “Nuestro problema es humano y, en el fondo, político”. Por eso, concluye proverbialmente: “Construir hombres libres es la obra de arquitectura más grande de nuestro tiempo”.
José Fructoso “Fruto” Vivas Vivas (La Grita, Táchira, 21 de Enero de 1928) es uno de los arquitectos venezolanos más reconocidos nacional e internacionalmente. En 1956 se graduó de arquitecto en la Universidad Central de Venezuela . Trabajó con el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer (Museo de Arte Moderno de Caracas) y el español Eduardo Torroja (Club Táchira). En 1987 recibe el Premio Nacional de Arquitectura. En el año 2000, construye el Pabellón de Venezuela para la Exposición Universal de Hannover, proyecto polémico pero que resultó del agrado de los visitantes (fue, luego del pabellón de Alemania, el segundo más visitado). Está caracterizado por la forma de flor, la ligereza de la estructura de acero y vidrio, la movilidad de la cubierta y el contenido de la exposición basado en la biodiversidad del país. Una flor sobredimensional de 18 metros de altura sobresale del edificio. Sus pétalos de diez metros se abren y cierran según el estado del tiempo. La presentación en sí es un ejemplo de la diversidad biológica del país: miles de plantas tropicales y numerosos peces exóticos forman parte de la exposición dentro del pabellón de cristal. Las cuatro terrazas de la construcción simbolizan un tepuy, la meseta aplanada y de bordes abruptos típica de la región fronteriza entre Venezuela, Brasil y Guayana. En 2009 recibió el título de Doctor Honoris Causa de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UCV.
Web oficial de Fruto Vivas: http://www.frutovivas.net/